El liderazgo no siempre se encuentra tras un escritorio.
Me encontraba a 3700 msnm en el caserío de Ushno, distrito de Mancos, compartiendo con una comunidad campesina, en un lugar anhelado para vivir, no solo por el hermoso paisaje a los pies del nevado Huascarán, sino por la calidez de su gente, clima y silencio. Compartíamos una infusión de muña con menta, cancha serrana, oca sancochada y queso. Estaba organizando mi tercera visita de voluntarios españoles y peruanos con quienes visitaba la zona cada año para colaborar en las obras comunitarias.
Mientras compartíamos y nos organizábamos con las autoridades del caserío, nos acompañaban algunos niños y niñas. Entre ellos se encontraba Selena, que, con tan solo 7 años, nos escuchaba atentamente. Selena vivía en el caserío, pero tenía que “bajar” a la ciudad de Carhuaz porque su papá trabajaba como obrero y su mamá pelaba papas en un restaurante. Era una familia de muy bajos recursos materiales, pero con un corazón luchador y colmado de riqueza. No tenían auto y cada movilización entre el caserío y Carhuaz consistía un gasto adicional necesario para trabajar, estar cerca de la familia, cuidar a sus animales y cultivar el campo.
Me sorprendió la actitud de Selena cuando llegué al caserío con más de 50 voluntarios. Días previos a nuestro arribo, le había pedido a su mamá que comprara gelatina (que ella misma preparó) para colocarla en pequeñas bolsitas de plástico dentro de un gran balde con agua. El frío del interior de las casas de adobe en la altura contrarrestaba el sofocante calor a la intemperie y permitía mantener muy frías las bolsitas con gelatina, las cuales, refrescaban a los voluntarios que trabajaban bajo el sol durante el día. Por supuesto que cada bolsita de gelatina helada costaba cincuenta céntimos de sol (moneda peruana) y, si el costo para Selena fue de 8 soles, ganaba alrededor de 18 soles por día vendiendo más de 50 refrescantes bolsitas con gelatina. Esos ingresos los guardaba su mamá y su papá. Le pregunté a Selena para qué usaría el dinero ahorrado y me respondió: “no quiero que mis papás gasten en mi pasaje para subir y bajar del caserío”.
Si bien esto sucedió hace más de 10 años, tengo muy presente lo que me enseñó una pequeña niña que vive en un lugar recóndito del Perú, que no había culminado el primer año de primaria, que asistía a un colegio estatal, que no tenía el contexto más favorable pero que, a pesar de todo, tuvo visión, vio una oportunidad, tomó acción e impactó en su entorno. ¡Toda una líder! La actitud es su tesoro y me enseñó que poner excusas por no tener las herramientas o el contexto adecuado para arriesgar, no es una opción.
Hoy agradezco a Selena por lo aprendido. Sigo en contacto con ella y estoy seguro de que será una gran profesional y líder impactando en la vida de muchas personas desde su nuevo rol como estudiante de tercer ciclo de medicina.